Cornut i pagar el beure

Llegeixo a la web de BTV una notícia que em posa de mal humor (tot i que no éra en absolut imprevisible): segons xifres del Consell Econòmic i Social de Barcelona, el nostre districte, Sant Andreu, té l'honor de comptar amb els barris en els què l'atur registrat de llarga durada és més alt i, pert tant, tendeix a cronificar-se. El récord municipal l'ostenten els barris de Baró de Viver, Sant Andreu i el Bon Pastor, amb més d'un 49% (la mitjana a Barcelona -que Déu n'hi do- és d'un 44,8%).


Aquí teniu un interessant mapa interactiu on podeu veure i contrastar dades. Un mapa interactiu que no du cap alegria al nostre barri, al Congrés-Indians: no estem gaire lluny dels barris agraciats amb les xifres més altes (un 48,5%), cosa que ens ubica, en aquest àmbit, en les zones més negres de la ciutat, guardó que compartim amb la totalitat de la resta de barris del districte (la Sagrera encara s'enfila una mica i Navas el tenim a roda).

Un desastre.

Naturalment, l'Ajuntament no té la culpa -o en té molt poca- de les brutalment altes xifres d'atur que el districte i el conjunt de la ciutat pateixen, com també ho pateixen el conjunt de Catalunya i el conjunt d'Espanya. Però no deixen de ser il·lustratius dos detalls: el primer, que el nostre districte, tot i ser més que evidentment el més maltractat per les conseqüències laborals de la crisi (i també per la crisi en el seu conjunt), pateix no tan sols la inversió municipal més petita de tots els districtes sinó que és, en termes absoluts, una veritable misèria; i el segon detall, és que aquestes xifres es produeixen en una ciutat en la què un model turístic que està causant molts problemes ja no tan sols de convivència sinó inclús d'habitabilitat mateixa, es justifica pels grans beneficis que genera a Barcelona. Efectivament, sabem que aquest turisme que ens ha robat la nostra ciutat, genera uns volums de negoci i de guanys immensos, però... on els veiem els ciutadans? Com s'està repartint aquest dineral?

Temo que, com sempre, els ciutadans no som més que els camàlics que paguem a costelles nostres els beneficis desproporcionats d'una minoria.

D'una minoria... de protecció oficial.

Las cifras de la hispanidad

Es la hora de los números. Me refiero, casi huelga decirlo, a la manifestación hispanista de ayer en la plaza de Catalunya, en Barcelona.

Yo no pude acudir -bien que lo sentí- por causa de mi lesión. Todavía estoy lejos de hallarme en condiciones de estar de pie mucho rato y menos aún de caminar más allá de unas pocas decenas de metros de una sentada, así que una manifestación, por más tranquila y festiva que fuera -como, efectivamente, fue la que nos ocupa-, es algo hoy todavía impensable para mí. Pero sí fueron mis hijas, y sí fueron varios amigos míos, entre ellos gente centrada, de la que no se deja llevar por la euforia ni por la manipulación numérica. Las impresiones de estos amigos y de mis hijas son unánimes: más o menos -millar arriba, millar abajo- la misma cantidad de gente que el año pasado. Unos y otras, repito, son de mi absoluta confianza en el ámbito del que hablamos.

Sorprendentemente, la Guàrdia Urbana, que el año pasado cifró la concurrencia en 30.000 personas, este año la elevó en una proporción importante: 38.000 (casi un 25% más), lo que significa que, en esta ocasión, o bien ha exagerado (si utilizó los mismos criterios de cuantificación del año pasado) o bien los ajustaría un poco, dado que el año pasado se quedó excesivamente corta, y los ha acercado más a la realidad. No lo sé.

En cuanto a los media, me quedo con dos titulares: el de «El Periódico», «El 12-O se estanca» y ¡atención! el de «Vilaweb», «Societat Civil Catalana, PP i C's fracassen en l'intent de mobilitzar l'unionisme». Vilaweb, sectario, como siempre, cuando trata del hispanismo, ha tenido con este titular un patinazo porque, sin quererlo -sin quererlo, en absoluto-, ha dicho una gran verdad implícita: ayer, en la plaza de Catalunya no estaba ni mucho menos todo el hispanismo (evidentemente, lo que pretendía Vilaweb era decir que el hispanismo -unionismo, lo llaman ellos- no da para más, pero esta vez la han pifiado solitos).

Efectivamente: el 12-O se estanca y SCC, PP y C's fracasan en el intento de movilizar al hispanismo. Y, efectivamente (y esta es la cuestión), todo el hispanismo de izquierdas, temeroso y desorientado y yo me atrevería a decir que mayoritario (pura percepción sin prueba de constatación alguna más allá de las cifras electorales desde hace treinta años), se quedó en casa.

¿Por qué se quedó en casa? Lo he dicho: por una parte, temeroso. Temeroso de encontrarse con una fiesta de la derecha y de sus sectores acaso más cavernícolas. Y es un temor fundado. Yo mismo, siempre que voy a estas movidas, me encuentro identificado con la gente que acude en el hispanismo propiamente dicho, pero, generalmente, en nada más. Con algunas excepciones, que afortunadamente las hay y no cuesta mucho encontrarlas, la mayoría de la gente proviene de sectores -ideológicos o sociológicos- del clericalismo más cerril, del españolarrismo más ciego o de ámbitos de la derecha más europeizados, más liberales, pero derecha a fin de cuentas. En el fondo, es curioso constatarlo, la perfecta simetría de los otros, de los independentistas que, por su parte, pero en el otro extremo, cojean de lo mismo.

Por otra parte, el hispanismo de izquierdas sufre de una tremenda desorientación. Una, inmediata, la muy confusa y bamboleante posición del PSC que, por más que de cuando en cuando salga por la petenera federalista, nadie -yo creo que ya ni los suyos propios- sabe a qué está jugando; o, bueno, la izquierda de la señorita Pepis, ya sabéis de quién hablo, tan bamboleante o más que los socialistas, pero en plan la puntita nada más, aunque con lo de esos ya cabe contar, no sorprende tanto como en el caso del PSC. Y otra, mediata, más de fondo, que es, efectivamente, histórica. Y esta es grave, muy grave.

Hay una característica muy particular en los conflictos civiles españoles: negar la españolidad al del bando contrario. Evidentemente, este sentimiento se exacerbó brutalmente en la última guerra incivil, por lo de siempre (la justificación de que no es una guerra entre hermanos sino contra diablos, contra herejes, o contra lo que sea, que no son ni pueden ser españoles) pero, además, por la particular circunstancia histórica de que un importante sector del bando perdedor se dedicó a hacer el imbécil gritando «¡Viva Rusia!» y llenándose de iconografía soviética (Lenin y Stalin; curiosamente, Marx salía más bien poco o, en todo caso, mucho menos), aparte de toda la coreografía de Internacionales diversas (cada facción tenía la suya), con lo cual cedieron alegremente la hispanidad al bando opuesto. Que, loco de euforia, se la apropió no menos alegremente.

El franquismo llevó al último extremo esta negación de la hispanidad del enemigo y la rotunda e inapelable afirmación de la propia, y lo del último extremo llega a lo cronológico, es decir, hasta el último momento. Recordemos el testamento político de Franco: «Creo y deseo no haber tenido otros [enemigos] que aquellos que lo fueron de España». O sea, sus enemigos eran enemigos de España ¿de qué otro modo podría ser sino?

La izquierda pudo aprovechar la transición para reivindicar como suya -no como exclusivamente suya, sino compartida con todo el pueblo español- esa hispanidad. Pero no. En lugar de eso, se alejó más todavía de ella, también consideró, a su vez, que la hispanidad, el hispanismo, eran cosas del franquismo. Nunca se vio una bandera española en un acto del PSOE o del PCE; mientras que, al contrario, se prodigaban -en una apropiación indecente y, desde luego, formalmente exagerada- en todos los actos y manifestaciones de la derecha. La idea, pues, quedó implantada en ambos bandos: para unos, el hispanismo, los símbolos nacionales, son fachas; para otros, sólo se puede ser español si se es de derechas: ¿cómo va a ser español un ateo, un comunista, un socialista, un republicano? ¡Jamás!

Ahora ha venido el independentismo y ha puesto en jaque a la entera hispanidad de todos: de derechas, de izquierdas, de centro y de p'adentro. El independentismo no discrimina: en el fondo, tan repugnante le resulta la España de derechas como la España de izquierdas. Y la España de izquierdas se encuentra patidifusa y sin saber qué hacer. Por un lado, se rebela contra el independentismo (como es lógico); por otra, le han enseñado que la bandera española, el concepto de Hispanidad, el hispanismo como actitud, son cosa de fachas. Se convoca un acto -importante, en fecha importante y en circunstancias históricas importantes- de reivindicación de lo hispano, de reclamación de la unidad contra el independentismo, ve que lo convocan varias entidades y lo apoyan los partidos de la derecha, mira a sus propios partidos y... no obtiene respuesta (el PSC, habiendo sido invitado, rehusó formal y expeditivamente participar en él). Rechazando a la derecha y rechazado por la derecha, el español de izquierdas se queda en casa, como he dicho, temeroso y desorientado.

Por eso tiene razón «Vilaweb» en su literalidad: SCC, PP y C's fracasaron ayer en el intento de movilizar al hispanismo. Y por eso tiene razón el titural de «El Periódico»: el 12-O se estanca. El hispanismo de derechas y el muy minoritario hispanismo de los que, por encima de la repulsión hacia o no comunión con la derecha, pensamos que España es lo primero, no damos ya para más. Ahí estamos todos, hemos alcanzado la cima numérica y nunca pasaremos de llenar la plaza de Catalunya. Si se le quiere dar un golpe numérico al independentismo, hay que movilizar a esa izquierda hispana, que existe y que es numerosísima; sabemos que lo es y sabemos dónde está, no le hacen falta autocares que recorran centenares de kilómetros: puede venir en metro.

Pero es un trabajo arduo que requiere la renuncia y la generosidad de amplias capas que, por negligencia o por ignorancia, no son capaces de llevarlo adelante. Y, suponiendo que se pusieran a ello, tardarían años en conseguirlo.

Si algún día el independentismo llegara a lograr sus fines -no será ahora, desde luego, pero nunca se sabe y el futuro es muy largo- mediten tanto las derechas como las izquierdas su parte de culpa, que es la misma. Y que, como queda dicho, es gravísima.

Un punto final que no termina nada

El lío en el que está metido Artur Mas es de campeonato, enorme. Lo grande, claro, es que se lo ha buscado él sólo. Y a sabiendas: no creo que los que desde hace muchísimos meses veíamos venir este follón -que no callejón- sin salida, seamos más listos que él. Siempre he creído que cuando metió la pata adelantando las elecciones para tratar de capitalizar la oleada independentista (que ya a priori fue un error tan evidente que lo percibimos muchísimos) y ante los resultados de aquellos comicios, debió dimitir: un fracaso así no permite la continuidad política. Dimitir entonces hubiera sido mucho más elegante que el triste y cutre entierro político (porque, morir, ya hace dos años que murió) que le espera ahora.

Con respecto a Rajoy, tengo ideas -más que sentimientos- encontradas. Lo he dicho muchas veces: por una parte, guardar silencio más allá del enroque en la ley y dejar que Mas et alter se den el porrazo solitos, ha sido una táctica eficaz, como ya es notorio, y que, además, salvaguarda un principio: el presidente legítimo de una nación no debe responder a un envite (a una embestida, más bien) absolutamente ilegal. Simplemente, no procede. Lo que ocurre es que la naturaleza del envite (o de la embestida, insisto) no hace políticamente inteligente -al contrario- esa actitud: se está impugnando la unidad nacional y se está haciendo desde unos sentimientos -en absoluto desde una razón- muy bien cultivados durante treinta años y abonados con una crisis que ha llevado a unos a la desesperación y a otros a la desesperanza. Ante eso, hay que dar una respuesta, hay que ofrecer una alternativa. Los que saben de ajedrez, no ignoran que una defensa siciliana es férrea y muy eficaz, pero que, por sí misma, no gana la partida y que, si no hay una táctica de ataque, la defensa acaba siempre siendo, a la postre, derribada. Rajoy y su banda de tecnócratas ultraliberales no ha sabido ofrecer esa alternativa, dotar de contenido político a su cerrojazo. Que es el problema -uno de los problemas- de futuro del Gobierno de Rajoy: la tecnocracia, sin contenido político, carece de continuidad.

El problema que se ha generado en Cataluña se va, pues, resolviendo. Quizá quede aún un largo período de fuerte estruendo del batir de olas contra los escollos, pero ya está claro que ni los escollos se van a mover ni las olas van a inundar el paseo marítimo (a lo sumo, lo mojarán un poco): no va a haber consulta, no va a haber elecciones plebiscitarias y Rajoy no parece dispuesto a consentir ni siquiera un numerito próximo a lo circense tipo lo de Arenys de Munt. Punto final.

Perdón... ¿punto final?

No, en absoluto. Quedan aún -quizá sumergidos, invisibles, pero ciertos- muchos problemas sin resolver. El sentimiento sigue ahí. Y el sentimiento no es solamente el independentismo puro y duro sino el desarraigo hispánico de mucha gente que no es independentista -porque no le ve el qué a la independencia- pero que, de hecho, tampoco siente ninguna vinculación con la idea de España. Es unitarista por puro sentido práctico; pero si el sentido práctico llega a cambiar de orientación, no le dolerán prendas en militar en el independentismo.

Queda, claro está, el independentismo puro y duro que, aunque minoritario (vuelvo a repetir por enésima que su mejor techo electoral en circunstancias más o menos normales nunca alcanzó el 20%) sí tiene -como se ha visto- una enorme capacidad de activismo y una cierta cuota en el pastel de la sociedad civil y, por ello, una cierta capacidad de financiación. Es verdad que para la asonada que ahora empieza a terminar ha contado con recursos públicos abundantes -en especie y en metálico-, pero su capacidad de maniobra financiera en circunstancias normales no es desdeñable. Tiene, además, perspectiva de crecimiento, por lo que sigue...

Quedan las generaciones futuras. Hemos podido constatar, con el meneo que hemos sufrido, que la zapa ideológica que se ha practicado en la escuela de Cataluña en los últimos treinta años ha dado excelentes resultados: se ha conseguido que importantes proporciones de la población menor de 40 años pertenezca a uno de los dos grupos expuestos dos párrafos más arriba y, por tanto, la población independentista o utilitario-unitarista aumentará e irá ocupando cada vez más amplias cuotas de la sociedad y del poder, en tanto que la población hispanista, falta de referencias en la propia Cataluña, irá descendiendo progresivamente. Tenemos, pues, un problema en la escuela catalana que hay que resolver. ¿Cómo? No lo sé, la verdad, no tengo pócimas amarillas para todo. Pero el problema está ahí y hay que afrontarlo. «Afrontar», por cierto, viene de hacer frente, aviso, no es ignorarlo y dejar que vaya pasando; no es ponerse de culo ante el problema.

Queda un problema politico muy gordo que, ese sí, se lo han buscado los independentistas y tendrán que resolver ellos. Muerta la vía directa, el nacionalismo buscará, lógicamente, la negociación y la obtención de retribución entrando en una futura reforma constitucional (no sé si muy lejana o muy inmediata, pero que yo doy por segura). Aquí nos planteamos dos derivaciones del problema; una, de menor cuantía: ¿hay que premiar con mayores ventajas competenciales y económicas la intentona separatista? Y otra que es verdaderamente importante: ¿dónde está el punto límite de satisfacción de los nacionalistas? ¿Y qué credibilidad tienen en una negociación, en un consenso constitucional? Porque hemos visto con qué habilidad -pese a ser un concepto absolutamente cutre y salchichero- han vendido que la ley no puede estar por encima de los deseos del pueblo. ¿Qué ley se puede pactar con quienes pasan de ella a su conveniencia con una demagogia de andar por casa y mediante falacias de colegial que, pese a todo, logran que esa demagogia sea operativa?

Esto sí que lo veo gravísimo y difícil de solucionar: lo del premio se arregla con generosidad, pero la credibilidad en la negociación de las leyes es un escollo muy difícil de remover. Se pacte lo que se pacte (estado autonómico con más competencias, mejor financiación, estado federal, estado sinfederal...) da lo mismo: el nacionalismo jamás quedará saciado y el independentismo, cuando le convenga, tirará del comodín de impugnar la ley ante los deseos del pueblo. Es absurdo, pero ya hemos visto cómo lo hacen funcionar con un mantra tan simple como estúpido, si bien se mira: volem votar.

Demasiado arroz para tan poco, insípido y pasado pollo como son Rajoy y su banda. Y lo malo es que tampoco se ve mucha ave en los demás partidos, envueltos prácticamente todos ellos (y sin olvidar a los sindicatos) en la corrupción sistémica que nos aqueja. El Régimen del 78 ha perecido ahogado en sobres, cuñados, tresporcientos, tarjetas negras, andorras, Jaguares modelo Lourdes (o sea, que aparecen inopinadamente en un garage), palaus, EREs y demás especialidades. La habilidad del independentismo catalán ha estado en cantar las cuarenta en este ambiente de corrupción y de naufragio (aunque en sus propias filas no hayan faltado muestras ilustres de eso mismo). ETA intentó el separatismo armado y causó mucho dolor, pero chocó contra un Estado fuerte, políticamente bien fundamentado, y se estrelló rompiéndose en mil pedazos. El separatismo catalán ha sido más cuco: ha aprovechado el momento en que la cimentación política del Estado está prácticamente liquidada, corroída en sus propias cepas. Su «Ara o mai» es tan ilustrativo como cierto. No lo ha conseguido pero, al contrario que el independentismo vasco, se ha mantenido incólume y aún fortalecido. Si el Estado no se rearma políticamente más pronto que tarde, la próxima intentona no tardará en llegar. Y será más dura y más peligrosa.

Urge una nueva Constitución o de esta no salimos.

Protección ¿de qué datos?

Llevo ya tiempo constatando que todo el tinglado legal montado alrededor de la protección de datos, del derecho a la intimidad y todo el resto de la tabarra, sólo ha servido para dificultarle la vida aún más al ciudadano, para burocratizar estúpida e innecesariamente aspectos que, ya de por sí, estaban excesivamente burocratizados. Por supuesto, sin la contrapartida de una verdadera protección de nuestros datos ni de la firme custodia de nuestro derecho a la intimidad. Desde la simple -pero engorrosa- molestia del dichoso aviso de las cookies cada vez que entras en una página más o menos comercial de la red, hasta agresiones flagrantes e impunes -cuando no con bendición gubernamental- como, a modo de simples ejemplos, el hecho de que en Cataluña se estén vendiendo desde la sanidad pública a corporaciones privadas datos sanitarios de los ciudadanos o que grandes superficies intercepten, sin que nadie les diga nada, lo que se hace con y desde nuestros móviles y nuestras propias conexiones en su área de influencia.

Concreta y habitualmente sufro este problema en mi trabajo y suerte que los compañeros de los servicios de personal intentan que el problema no lo sea o no lo sea tanto. Un ejemplo concreto y relativamente habitual: tanto mi abuelo paterno como mi padre fallecieron -cada cual en su día, obviamente- a consecuencia de un cáncer de colon. A causa de esto -el cáncer de colon tiene o puede tener un importante componente hereditario- cada par de años me realizan una colonoscopia. La colonoscopia, entre la prueba propiamente dicha y la reanimación, dura una hora u hora y media, aunque, como has sido objeto de una sedación, sales -según el día- o cascado o colocado o ambas cosas y así estás durante algunas horas. No son muchas, pero basta que sean dos o tres para que lo que quede de ese día esté liquidado en términos laborales, a no ser que te la hagan muy a primera hora, en cuyo caso quizá puedas aprovechar la tarde. Pero es que, además, antes de la colonoscopia (generalmente la mañana antes o la tarde antes) hay que... en fin, prepararse, ya me entendéis, lo cual sí que imposibilita de todo punto acudir al trabajo. En definitiva, sumada una cosa con otra, es un día entero de ausencia laboral (lo que muchos empresarios, impropia y canallescamente llaman absentismo), ausencia laboral que, obviamente, hay que justificar. Y a eso quería yo llegar.

Se pide en el servicio correspondiente el justificante. Y el justificante solamente dice que el señor Cuchí ha acudido tal día y a tal hora para hacerse una prueba.

- Oiga ¿no podrían especificar que ha sido este tipo de prueba?
- No señor, no podemos: normas de privacidad
- Bueno, ya, pero comprenda que este justificante, en su estricta literalidad, puede referirse lo mismo a una colonoscopia que a una radiografía o una extracción de sangre para un análisis. Y no son lo mismo, en términos de ausencia laboral.
- Pues lo siento, pero las normas son así y no puedo hacer nada más.

Afortunadamente, como he dicho, en el Servicio de Personal del Departamento en el que presto servicios nunca me han puesto pegas. Incluso en cierta ocasión que escribí de mi puño y letra en el justificante que la tal prueba había sido una colonoscopia, me lo devolvieron diciendo que los motivos no interesan por cuestiones de privacidad (digo yo que soy el único amo de mi privacidad ¿no? Pues se ve que no). Pero imaginad -y no cuesta nada imaginar- a cualquiera de los empresarios negreros que tanto abundan o de un responsable de recursos humanos mala bestia de una empresa -pájaro también abundante- o, simplemente, que cualquier día llegue a mi departamento un secretario general también en plan intransigente... ¿qué se hace, entonces?

Llega constantemente a mi casa publicidad no deseada en formato de papel, a mi nombre o al de alguien de mi familia; no digo nada ya del correo electrónico; me llaman por teléfono catorce mil individuos con mil acentos diferentes que parecen conocer al dedillo mi vida y milagros en materia de telecomunicación. Y ojo: soy de los que toman precauciones, dentro de lo razonable (ir de paranoico por la vida termina convirtiéndote en paranoico de veras). Constantemente leemos en los periódicos y en la Red que X centenares de miles de contraseñas han sido robadas a tal servicio, que circulan decenas de fotos de desnudos de señoras que no querían que circularan sus fotos desnudas. Parece que cualquier imbécil que disponga de tiempo puede clonar a cualquier usuario de una red social que le apetezca. Los padres están preocupadísimos (bueno, los que se preocupan, que no sé yo si llegarán a ser la mayoría) por las trapazadas que pueden jugarles a sus hijos en la red. Excuso decir los incidentes que constantemente sufrimos los fotógrafos aficionados. Y podría seguir llenando decenas de líneas con ejemplos.

Y nada, absolutamente nada de esto se ve evitado ni paliado por una farragosa legislación de [teórica] protección de datos y de protección de la privacidad y la intimidad que el ciudadano honrado y común sólo ve realmente cuando se la echan encima para complicarle la vida.

En definitiva, otra tomadura de pelo al sufrido españolito, al que se zancadillea una y otra vez, sin que sus datos, su privacidad y su intimidad tengan, en la palpable realidad, la menor protección.

Abortando el aborto

Muy bien, la ley del aborto no se toca y sólo se modificará -muy razonablemente, a mi modo de ver- la libertad de abortar sin conocimiento -y, por tanto sin autorización- de los padres a las mujeres de 16 y 17 años, obligando nuevamente a esa autorización (y, por tanto, a ese conocimiento). Yo lo siento, pero o se tiene mayor edad o no se tiene y antes de los 18, ni se vota, ni se aborta (esto último, con la excepción del consentimiento paterno). Si se quiere una mayoría de edad progresiva, me parece muy bien, estoy muy de acuerdo: puede empezar -por partes, insisto- a los 15 y terminar a los 21 (que es cuando realmente se empieza a ser mayor de edad), pero no por vía de atajos. Como casi siempre, en los últimos tiempos, el remedio pasa por una reforma constitucional.

Pero, volviendo a la cuestión, hay un problema que la ley del aborto actual no soluciona; tampoco creo que lo agrave demasiado, pero no lo soluciona: 140.000 abortos anuales en España.

Esto no puede ser. El aborto plantea cuestiones éticas aún no resueltas y, sobre todo, es una gran putada para la mujer a la que le toca abortar. No se trata de restringirlo por ley (sabemos, además, que eso no lleva a nada) sino de erradicar las causas que llevan a él. ¿Cuáles son? Pues no lo sé muy bien, aunque alguna idea me parece que tengo y luego la expondré. Uno diría -diría, insisto- que la información contraceptiva que se imparte en este país es parca y cutre, pero suficiente como para que, en general, se tomen medidas de seguridad operativas. Ni puede ser que 140.000 abortos respondan a 140.000 fallos de contracepción, ni puede ser -si es el caso y tiene muchas pintas de serlo ocasionalmente- que el aborto sea un contraceptivo más o menos extremo. El aborto debería ser un último recurso cuando han fallado muchos otros, pero no un recurso que por más que, como digo, extremo, resulte natural, cotidiano.

Todas las cosas tienen un origen y unas causas. Lo primero que hay que preguntarse es: ¿por qué quedó embarazada la mujer que aborta? Admito casuísticas como violaciones, momentos de irreflexión (una borrachera, un no haremos penetración que luego se escapa de control...), un fallo en el sistema contraceptivo... Pero... ¿todas estas casuísticas conducen a 140.000 abortos anuales? Francamente, me niego a creerlo.

Pienso muchas veces en otra posibilidad: el embarazo deseado con arrepentimiento sobrevenido posterior; arrepentimiento que, para este caso, habrá que estimar causado por circunstancias externas que han modificado el proyecto de vida de la embarazada (tampoco doy por numéricamente importante el arrepentimiento espontáneo). El despido, el desahucio, el empresario tolerante que vende su empresa a otra mucho menos tolerante con las bajas por maternidad, el abandono del hombre y todo un etcétera de casuísticas, por frecuentes, fáciles de intuir.

No tengo datos objetivos ni estadísticas ni nada, pero veo racional estimar que la mayoría de esos 140.000 abortos proceden de embarazos inicialmente deseados que se han trocado en arrepentimiento debido a un cambio en el proyecto de vida de la mujer.

Lo que nos llevaría a los siguiente: el aborto no es un problema de mi coño es mío ni de dispersar incienso purificador. Ni las vaginas de titularidad registrada ni el botafumeiro a todo trapo van a resolver este problema, cosa que es una obviedad si miramos la historia reciente de la sociedad española en la que, en 30 años, el aborto ha pasado de estar perseguido a ser prácticamente libre transitando por no sé cuántos pasos intermedios: y las cifras que utilizan tanto unos para el como otros para el NO han variado relativamente poco. Y aunque hubieran variado a la baja: siguen siendo altísimas.

Estamos, por tanto, y como casi siempre, ante un problema cultural, estamos ante un problema de correcta integración de la mujer en el mundo del trabajo, en la sociedad en general. Que con catorce años de siglo XXI, en España, aún haya mujeres que cobren menos que un hombre por igual jornada y el mismo trabajo es demencial; que aún haya empresarios feudales que grapen un despido a un parte de baja (¡y no les pase nada!)... Son cosas que claman justicia. Como clama justicia no la cantidad de mujeres agredidas que mueren sino, peor aún, las que no mueren y aguantan años y años, calladas y muertas de miedo, sevicias físicas y psicológicas (que, frecuentemente, suelen ser peores) o que haya mujeres tratadas como un trapo... ¡y ni siquiera sean conscientes de ese trato!

Quizá hayamos de girar la brújula y reorientar la solidaridad sindical: pasarla de la de clase a la de sexo. Pero claro, esto requiere dos cosas: una, que los hombres cambiemos de mentalidad y, otra, que los sindicatos lo sean de verdad, no como esto que hay ahora.

La solución al aborto, es decir, que el número de abortos se reduzca drásticamente no por prohibición sino por falta de necesidad, no es cuestión que vaya a arreglar ni la Conferencia Episcopal ni el Ministerio de Justicia. Lo puede y debe arreglar -si no salimos de lo administrativo- el Ministerio de Trabajo. O el de Economía.

O, simplemente, la justicia (sin ministerio).

¿Alemania es culpable?

Aunque el fraude nacionalista es la cimentación intelectual de los procesos que están viviendo Escocia (donde el subidón ha terminado y el soufflé ha bajado casi del todo) y Cataluña (aún pendiente de llegar a su punto álgido) tienen orígenes muy concretos e inmediatos: el hartazgo ante una clase política y la desesperación ante una política que se ha cargado más de cuarenta años de estado del bienestar. Cameron y sus torys y Rajoy y sus ultraliberales de horca y cuchillo están en el penúltimo escalón que ha llevado a Escocia y a Cataluña a la ira independentista.

Parece que esta es la lectura que se está empezando a hacer ahora, sobre todo mirando a Escocia, donde, calmadas las aguas, los daños pueden empezar a ser evaluados desde el sosiego. Pero, dicho sea con toda modestia, hace más de un año que esto lo vengo diciendo yo: no hay más que ir hacia atrás en la serie Suspiros de España de este mismo blog para constatarlo.

La ciudadanía de Escocia y Cataluña, en su desesperación, encontró el agujero de la independencia y, oye, mira, de perdidos al río. Otros desesperados no tienen ese agujero y por eso se inventó Podemos (ilustrativamente, Podemos no tiene tanto predicamento en Cataluña como en otras zonas de España y, probablemente, se vestirá o aliará con la marca autóctona Guanyem). Sólo esto puede explicar que el independentismo, cuyo techo más triunfal no había pasado jamás del 20 por 100 en momentos de vorágine -ordinariamente oscilaba entre el 15 y el 18 por 100- alcance ahora las cotas que le dan las encuestas. Si creemos las encuestas, claro: las cifras que he dado yo (de memoria, eso sí) proceden de elecciones anteriores al 2010 y en relación al voto emitido. Pero, con las encuestas más o menos manipuladas o no o todo lo que se quiera, sería del todo infantil negar que el independentismo, el neoindependentismo, mejor dicho, ha crecido exponencialmente en muy pocos años. Por ello no sorprende que las señoras estas que dirigen el cotarro aquí hayan lanzado su particular «¡No pasarán!» con la consigna «¡Ara o mai!» («ahora o nunca»). Ya lo pueden decir, ya: si la unidad de España sale viva de esta, el independentismo va a tardar muchos años en estar en condiciones de montar otra zalagarda como la actual, aunque indudablemente seguirá presente en la vida política catalana (y española) y seguramente con un cierta fuerza (mayor, desde luego, de la que tenía antes). Que me da la impresión que es, en el fondo, lo que verdaderamente se pretendía.

Veo, pues, que unos cuantos plumillas son -como yo- de la opinión de que una vez apartados de en medio los ultraliberales y sus políticas antisociales, las aguas del independentismo, aunque crecidas ya de manera permanente, volverán a su cauce. Y que nadie se haga ilusiones: el independentismo (en Cataluña, como en el País Vasco, en Escocia, en la Bélgica flamenca, en Córcega y en algunos lugares más) no desaparecerá sino tras un largo proceso de alcance histórico de transformación de Europa, transformación que habría de alcanzar a la concepción misma del continente. Así que, si se quiere acabar con el independentismo, habrá que ir enterrando definitivamente a De Gaulle y empezar a modelar una Europa en el que los actuales estados y naciones vayan perdiendo vigor en favor del hecho común, comoquiera que se articule políticamente.

Siendo esta la causa del estallido nacionalista, está claro que si Cameron y Rajoy son los penúltimos peldaños, tiene que haber un último: la canciller Merkel, a mi modo de ver una condottiera liberal en la misma medida en que lo fue Margaret Thatcher (a su semejanza, aunque no tanto, quizá, a su imagen) y sus políticas llevadas a efecto treinta años después. Las postración a la que ha sometido a Europa a beneficio de su propio nacionalismo germánico y, sobre todo, a los intereses de los bancos alemanes, causantes de la burbuja que nos llevó a todos a la ruina, al inundar Europa de dinero fácil para reclamarlo perentoriamente después, cuando ya el dinero era difícil y caro. Un negocio redondo. Pero es que, además, las propia clase media alemana ha sufrido también, quizá en distinta medida, los recortes y la brutalidad que han padecido las clases medias de la Europa del Sur y -ahora se está viendo también- de Francia y algún otro país (aparte de los antiguos de la órbita soviética).

Puede parecer esto llevar las cosas muy lejos, pero si se quiere una pluma de alcurnia que venga en coincidir -al menos, en uno de los penúltimos escalones citados- puede leerse este artículo de Pedro J. Ramírez en «El Mundo», del cual subrayo este párrafo (que es el que interesa a los efectos de este post): «Lo peor en la guerra es equivocarte de adversario. Es cierto que el PP, y en menor medida el PSOE, también están contra el separatismo, pero, según me ha contado el arponero, ha sido su usurpación de los derechos de participación política de los ciudadanos -el rapto de la bella Helena- y su negativa a devolverlos lo que en definitiva ha alimentado la infección que padecéis». Blanco y en botella.

Los daños han sido grandes. Pero los daños de la intentona nacionalista -que, en Cataluña, aún está pendiente de culminar y de resultado incierto, en términos de fractura social- no son sino una consecuencia de los daños aún mayores de una política enloquecida, de un atraco -materialmente- a toda una ciudadanía y de una cesión del poder y de la iniciativa política a las grandes corporaciones financieras.

Es inútil intentar curar los daños del famoso órdago separatista si no se curan primero los que han llevado a él.

Retorn

Bé, doncs ja torno a ser aquí.

No gaire content, que voleu que us digui: les meves vacances van caure al quart dia per unes escales de la catedral d'Oviedo i han dut a què, aquest any, en termes laborals, per a mi ja s'hagi acabat, com aquell qui diu. O sense aquell qui diu.

D'ençà que vaig marxar fins ara, tres novetats dignes de menció.

La primera, la marxa de l'Escola Congrés-Indians fora del barri, tot i que no s'allunya massa. Éra previst, ja ho sé, però no deixa de fer-me pena. D'aquí a pocs dies, farà quatre anys que vaig visitar aquesta escola en els seus barracons i em vaig trobar amb un projecte encisador i, si més no per a mí, molt atractiu. En aquelles èpoques, semblava que el Centre d'Art Santa Mònica vindria al Canòdrom i se'm va ocórrer que ésser un barri capdavanter en matèria educativa i cultural, podria ser un bon eix al voltant del qual connstruir-ne un projecte de futur. Ens hem quedat sense Centre d'Art (i l'invent que diuen que ve, que ja veurem, segueixo sense veure'l clar) i ara ens marxa l'escola Congrés-Indians. Me n'alegro per l'escola, és clar, aniran a un edifici més adient, més còmode i més com cal. Però ho sento pel barri que, d'alguna manera, perd una altra possibilitat.

La segona, l'enderrocament del bunker del carrer de les Cacàcies. Home! Fins i tot sembla un carrer nou, ampli, obert... i això que està enterbolit per les obres i que només ho he pogut veure dues o tres vegades, passant amb el taxi camí de l'Hospital de Sant Pau per fer-me cures i tal. No sé ben bé com quedarà finalment, però, per malament que quedi, no res pot ser pitjor que el que hi havia. Vejam si aquest enderroc i allò que substitueixi aquell mur execrable aconsegueixen que aquest tram de carrer deixi de ser el cagòdrom de tots els gossos de les rodalies.

I ja que abans hem fet referència al Canòdrom, la tercera hi té a veure: s'ha convocat per al proper dilluns 22 un Consell de Barri monogràfic dedicat a les propostes per a aquest equipament que constitueix la nostra particular sagrada família local. Lamentablement, temo no poder anar-hi: el fet de no poder ni tan sols tocar amb el peu a terra -o fer-ho, a tot estirar, durant uns molt breus minuts- m'impedeix moure'm de casa si no és amb cadira de rodes (i així i tot, la posició de la cama lesionada no és la desitjable) i això m'obligaria a disposar del temps i l'esforç d'algú de la família. És fàcil que aquell mateix dijous 25, que tindré visita mèdica amb radiografies al davant, el doctor Del Caso m'aixequi la prohibició, però no me la vull saltar fins tenir-hi la beneïcció del metge. Ja me n'enteraré d'allò que s'hagi parlat pel blog de l'Enric.

Però us encoratjo a assistir-hi. No podem aspirar a què l'Ajuntament acompleixi allò que es va acordar per al Canòdrom si no s'hi constata un fort suport veïnal. Ans el contrari, si el que queda palès és una indiferència generalitzada, perdrem el Canòdrom; i si perdem el Canòdrom, no passaran gaires anys (potser, ni tan sols gaires mesos) sense que ho lamentem tots plegats. Heu d'anar-hi i donar suport a la gent que està lluitant perquè el barri pugui tenir en el futur uns equipaments mínimament dignes.

Aviat vindran festes. Primer les dels Indians i, tot seguit, les del Congrés. Tant de bo m'hagin aixecat l'arrest i pugui compartirles amb vosaltres, tot i que no serà encara tan àmpliament com m'hagués agradat.

Allí ens hi veurem, doncs

Picapedreros

Desde Maquiavelo hasta Churchill, pasando por Talleyrand y por tantos otros, uno, lectura a lectura, concluye necesariamente que la política es un arte; un arte, además, parecido a la relojería, un mecanismo sumamente complejo lleno de piezas pequeñas, aunque las más vistosas sean las grandes, las que se perciben desde el exterior, las que no hace falta ser relojero para apreciar.

En todos los políticos que he conocido (de los que he sabido, vaya; conocer, lo que se dice conocer, creo que a ninguno) he buscado a ese relojero, he buscado esa capacidad para manejar eficaz y silenciosamentemente pequeñas piezas y lograr que todo funcione... precisamente como un reloj. En vez de eso, he encontrado, en la mayoría de los casos, vulgares picapedreros, individuos torpes y brutales, frecuentemente desertores de una profesión útil y de una vida productiva, ensoberbecidos por el ejercicio de un poder que han tomado siempre como omnímodo y al que han accedido generalmente de formas más que dudosas. No parece haber democracia ni juego de garantías cívicas capaz de modificar ese panorama.

También habrá que decir, para ser del todo justos, que en casos como el de España, de pueblos asimismo brutales, primarios, incultos y sórdidos, en los que se prefiere la pedrada al debate, parecería más adecuado el picapedrero que el relojero. Pero, en todo caso, nunca acabamos de saber cuál es la causa y cuál es el efecto. El caso es que es así.

El problema del secesionismo catalán y de la [falta de] respuesta del Gobierno español es exactamente eso.

Hace un par de días, la bronca mesetaria gubernamental subió un peldaño hablando de meter a la gente (concretamente a Mas) en la cárcel. Una barbaridad. Una barbaridad no el hecho intrínseco de meter a Mas en la cárcel -cosa que sería una estupidez al convertir en mártir a un señor más bien mediocre- sino en el hecho de ventear tal posibilidad llevando las cosas a un terreno improcedente. Al menos, de momento.

Ya hace muchos meses que vengo diciendo que oponer la legalidad como único argumento contra el secesionismo es una majadería. Es una actitud propia de picapedreros y, en definitiva, no es otra cosa que una banda de picapedreros el grupito este de Rajoy que está manejando el cotarro.

Sabemos perfectamente que la consulta es ilegal. Todos lo sabemos. Sabemos perfectamente que si Mas la convoca pese a tan notoria ilegalidad estaría incurriendo presumiblemente en delitos tales como la prevaricación y/o la sedición. Es, por comparar, como la policía: cuando un policía de paisano se dirige a un ciudadano, se identifica como tal policía y ya está; no le hace falta mostrar su pistola: el ciudadano ya sabe que la lleva y en qué condiciones puede/debe usarla.

Las armas pueden utilizarse como medio disuasorio en estrategia de defensa, estrictamente militar. Pero las armas, las de verdad, utilizadas en política, son una chapuza propia de analfabetos. Así las cosas y viendo la calaña del Gobierno español, es de temer que el día menos pensado amenacen con poner los tanques en el Segre. Nada daría más gusto a Junqueras y a las dos señoras de marras (Rahola aparte).

Mientras tanto, nadie (con excepciones: Societat Civil Catalana o, sorprendentemente, Susana Díaz, pero nadie del Gobierno o de sus proximidades) parece darse cuenta de que estamos ante un problema histórico que, con sus razones y sus sinrazones, viene de largo y va para largo, que no se va a solucionar mañana ni el año que viene, ni suspendiendo consultas, ni encarcelando a Mas, ni mucho menos concentrando a la Acorazada en Fraga. Parece que sólo preocupan las próximas elecciones mientras al soberanismo se le va dando la razón por silencio administrativo; denegatorio, pero silencio.

A nadie -con esas excepciones citadas y unas muy pocas más- se le ha ocurrido contraofertar con esa España posible y deseable por la que llevo tantos años clamando, tanto desde aquí como desde mi ya fenecido «El Incordio». Pero cuando digo contraofertar no hablo de discursos y de buenas palabras -que ya sabemos cómo acaban, sobre todo en este país- sino de proyectos constitucionales realizados con visión histórica de futuro (y no comarcalizando la demografía para que el mapa electoral nos salga favorable). Los socialistas no callan con su federalismo. Bueno ¿y? Porque, al igual que en un momento dado dije de la República, la palabra «federalismo», así, a palo seco, no me dice nada. ¿Qué federalismo? ¿Qué competencias regionales (y no pienso solamente en lo de simetría o asimetría)? Y, sobre todo: ¿en qué se diferenciaría -no hay manera de que lo expliquen con claridad- ese federalismo del estado autonómico, más allá de lo enunciativo? Hay que preparar un proyecto claro (que no permita veinte interpretaciones distintas y sucesivas, como ha pasado con la Pepa actual) en el que todos los pueblos de España puedan sentirse integrados; y un proyecto de alcance histórico real no únicamente duradero por la vía de la sacralización del instrumento legal.

Y así y todo. La renuncia gratuita por parte de una estúpida izquierda a conceptos como «España» o «hispanidad» (y, claro, a sus correspondientes símbolos), tenidos gilipollescamente por fachas, o el uso por parte de la derecha de esos mismos términos y símbolos no para asumir su contenido y su significado sino para azuzar la bronca, ha llevado a permitir indolentemente que en Cataluña se haya impartido impunemente una educación nacionalista llevada hasta extremos inauditos. Todo el mundo (lo de todo el mundo también es un decir) se resiente de la inmersión lingüística, pero eso no ha sido lo peor: en los últimos treinta años, a los niños catalanes se les ha enseñado un tebeo en vez de Historia y se les han inculcado una serie de fantasías eróticas como verdades evangélicas, lo cual afecta a toda la población catalana acrítica menor de cuarenta años. Es gravísimo. Y es gravísimo porque es así es real. Hay que volver grupas en este asunto, efectivamente, hay que cerrar el paso a esa nacionalización sistemática, al más puro estilo del lavado de cerebro. Pero esa es una tarea larga y difícil.

Porque, además, para emprender esa tarea hay que explicar la Historia -como hace el nacionalismo: algun dia serem lliures- con una proyección de futuro. La Historia es argumentaria: un pasado nos llevó a un presente, y ambos puntos delimitan una línea recta que nos lleva a un futuro definible, previsible en trazos gruesos, que luego se cumplirá o no (el determinismo es absurdo) pero que traza una dirección y un destino claros. La historiografía del tebeo catalán ha hecho -y ha hecho bien- ese trabajo porque, señores, el nacionalismo catalán, el separatismo, en definitiva, tiene un proyecto. Será todo lo que tú quieras (y más que le añado yo) pero tiene un proyecto cierto. La historiografía española, en cambio, cuando proyecta hacia el futuro, sólo es capaz de ofrecer como resultante una triste, cutre, patética y putrefacta Constitución (véase la argumentación de Bono contra Maragall, y, encima, le aplauden hasta con las orejas). Y todo lo que se le ocurre a la mediocridad pepera para enmendar el problema educativo que se vive en Cataluña es lanzar al impresentable de Wert y su vamos a españolizar a los niños catalanes. No me hagas reir, inútil, no me hagas reir y, sobre todo, no me obligues a calificarte como te mereces.

Cataluña debe ser comprendida y amada. Con hechos, con realidades, no de boquilla, como hasta hoy (y eso los que, al menos, han tenido la consideración de guardar las apariencias). Si se quiere que Cataluña sea España -como debe ser- España tiene que considerar a Cataluña como parte suya, no como un apéndice integrado por necesaria uniformidad reglamentaria, no, -al estilo quevedesco- como una Portugal que («menos mal») no logró marcharse. Sólo así se pone la primera piedra -sólo la primera, ojo- para que se produzca una sólida corriente en sentido inverso. Y, a partir de ahí, hay una lengua que España debe asumir como propia y, a ver cómo lo digo..., una metodología vital... una forma de ver la vida y de hacer las cosas que se nos debe dejar llevar adelante. Es difícil definir esa forma de ver la vida y de hacer las cosas, pero, para entendernos, digamos que es aquel intangible que hacía que, antes de que viniera el nacionalismo a enmerdarlo todo, en toda España se creía sinceramente no sólo que Cataluña era la región más europea sino, durante mucho tiempo, la única región verdaderamente europea. Esto nos lo hemos oído los catalanes durante mcuhísimos años (además de otras cosas mucho menos halagadoras, pero esa ya es otra cuestión... ¿o quizá... no?).

Los catalanes necesitamos espacio, necesitamos controlar nuestro entorno para poder desarrollarlo como necesitamos. Los catalanes no podemos sufrir barbaridades como la doble mofa y befa que sufrimos con el AVE (hablo del AVE porque es el ejemplo más sangrante y más claro, no necesariamente el peor): doble, porque primero fue el relegarnos en su primer tramo; y segundo, el tango que se montó cuando por fin se construyó el Madrid-Barcelona. No es solamente un problema de dinero efectivo, propiamente: los nacionalistas utilizan la chorrada esa de las balanzas fiscales, como si a las cifras no se les pudiera hacer decir lo que se quiere a gusto del consumidor; pero a mí, y a muchísimos catalanes, que el control del aeropuerto del Prat (y obvia, pero secundariamente, también Reus y Girona) lo tenga una entidad estatal y no local, nos corroe (además, el modelo AENA es exclusivamente español: la mayoría de los aeropuertos europeos, en tanto que vectores económicos -el control aéreo ya es otra cosa- están regidos desde las ciudades o regiones a las que sirven). Y jugadas como lo del Corredor del Mediterráneo, que dos partidos, dos, quisieron escamotearnos y que sólo se salvó porque la Unión Europea no quiso entrar en el juego sucio ni en el radialismo porque sí, hace separatistas por batallones.

El problema, esto debe quedar muy claro, no está sólo en Cataluña, y mientras fuera de ella no se vea esto, la solución no va a llegar. Y el tiempo trabaja contra la unidad de España, también conviene no olvidarlo.

Lo que sí hay que olvidar son las cárceles. Bueno, quizá no: quizá serían útiles para meter en ellas a los imbéciles. A los imbéciles (o a los picapedreros) de todas las regiones y nacionalidades. Oye, pues quizá así sí que empezarían a arreglarse algunas cosas...

No van a poder

La cagada de ayer de los Twittermaster del usuario de Rajoy, jugando al aprendiz de brujo -por más que lo vistan de lagarterana, de hackers y demás cuentos chinos-, aterrorizados ante la proximidad en seguidores de Pablo Iglesias, no indica sino el estado de pánico del PP (y de unos cuantos que no son del PP) ante el avance, no sé si imparable, pero sí veloz y firme, de Podemos.

Ya he dicho en otro lugar y momento que Podemos me da repelús y he expuesto mis razones, tanto en el artículo central como en la respuesta a los comentarios de uno de mis lectores. Y esto, las razones, creo que es la forma correcta de oponerse a Podemos: razonar y pedir razón. Pedir datos, exigir información previa y concreta de todo el proyecto y confrontar toda esa información con los datos generales -y reales- de la economía y de la política.

Lo que no sólo no son formas sino que, además, es contraproducente, es intentar sembrar el pánico frente a Podemos y, encima, hacerlo de la manera absolutamente ridícula como está haciendo el PP (y algunos que no son del PP): con comparaciones falaces, críticas ad hominem y chorradas diversas. Ah: y con un proyecto de regeneración democrática que huele a timo antes incluso de estar escrito. Excuso decir después.

Lo de los alcaldes, no tiene nombre. Y, además de atufar a pánico, puede salirles el tiro por la culata. Pero, además, me hace gracia lo fieles que son estos tíos al argumentario; tal parece que carezcan de ideas propias o les impidan, en su caso, exponerlas. ¿Cuántos líderes del PP han repetido casi literalmente lo de que la mayoría es lo que quiere la gente y no lo que se decide en una oficina? Para empezar, uno diría que el 40 por 100 no es lo que quiere la gente, sino 4 de cada 10. Si lo que se decide en una oficina resulta que son 6 de cada 10, me parece que estamos bastante al cabo de la calle.

Cierto es que lo de la oficina habría que limitarlo porque constituye en ocasiones verdaderos fraudes al propio electorado. Me pregunto, por ejemplo, cuántos votantes del PSC profirieron sapos y culebras al ver que sus votos iban a parar a un tripartit (no uno: en puridad fueron dos) del que formaba parte la Izquierda de la señorita Pepis y el independentismo puro y duro. Y no me pregunto -porque sé la respuesta- cuántos votantes del PP orinaron sangre de indignación cuando ese partido dio apoyo, reiteradamente, a la CiU de Pujol. Por tanto, sí que no estaría mal que las alianzas, o la posibilidad de tales, hubieran de ser claramente enunciadas antes, en período electoral, para su validez. Decir, por ejemplo: si el PP llega al gobierno del pueblo, llegado el caso nos coaligaremos con este, con aquel y con el de más allá para impedirlo. Y, obviamente, que este, aquel y el de más allá hicieran lo propio. Eso estaría bien: saber que votas a ese partido pero que podría ser que con ello dieras poder -o el poder- al otro. Ya sabes a qué atenerte.

Pero lo de los alcaldes y el 40 por 100 es, sencillamente, trampa.

Otra cosa que me monda de risa es lo de la regeneración. Van a hacer no sé cuántas leyes para regenerar la democracia. Idioteces, imbecilidades y tonterías. Con las leyes que hay, ya se puede regenerar la democracia, por lo menos en la parte más sangrante: basta, por ejemplo, con llevarle al juez Ruz la lista de los que deberían ir a hacer compañía a Bárcenas en la mazmorra, con las pruebas correspondientes, en vez de andar rompiendo discos duros; o cerrar a cal y canto el BOE para los indultos. A cal y canto, no hacer regulaciones de este sí, este no, para reducirlos un 30 por 100 e ir fardando -estúpidamente- de haber limpiado el panorama.

Los ciudadanos tenemos muy claro, desde los albores del 15-M, que la corrupción es inherente al sistema, que el régimen de 1978 construyó un edificio de poder omnímodo, de impunidad y de control por los partidos y por el ejecutivo de todos los demás poderes y que, por tanto, el mal radica, valga la redundante perogrullada, en la misma raíz.

Puede hacerse leyes para combatir la corrupción y para más o menos apuntalar la división de poderes, pero serían simples apaños, puros paños calientes. Paños calientes, ojo, si se hicieran de buena fe, con verdadera voluntad de corregir y de rectificar. Pero todos sabemos que no es así. Que por más que sean capaces de pintar un pedo de verde, perdieron hace ya años toda credibilidad y ninguna honrada sinceridad que pudieran desplegar ahora destruiría ya ese escepticismo ciudadano.

Hace falta reformar la Constitución. No, perdón: hace falta una nueva Constitución. Pero no quieren. Saben que sería su muerte en el chollo y se resisten. Hasta el Consejo Nacional del Movimiento y las Cortes franquistas se inmolaron jurídicamente, en parte convencidos de que el cuento se había acabado y, en parte, para salvar los muebles. Estos no son capaces ni de llegar a eso. Y ya hay que ser miserable para ni siquiera llegar a estar a la altura -a la escasita altura- de las instituciones franquistas.

La Constitución cambiará, de eso no me cabe duda. Lo que me angustia es pensar en el precio que habrá que pagar para llegar a ese cambio y en qué condiciones estaremos para hacerlo. Es decir, que habrá pasado entre este momento y el momento en que nos pongamos a hacer el cambio constitucional porque a la fuerza ahorcan.

Si Podemos llega al poder o alcanza fuerza suficiente para tener una potencia parlamentaria que condicione seriamente el ejercicio del poder, veremos qué pasa aquí y cómo acabará todo. No soy más explícito porque en el segundo párrafo ya enlazo a mis explicaciones (y cuantas más vueltas les doy a éstas, más me parece que me he quedado corto). Y no veo cómo, a estas alturas, va a poderse evitar -sin trampas y sin atajos- que Podemos alcance esa cuota de poder o que, en cualquier caso, el remedio para frenar a Podemos sea peor que la enfermedad, es decir, que Podemos mismo.

Veo el futuro con un muy negro pesimismo, no puedo evitarlo.

Rentrée calamitosa

Bueno, pues ya vuelvo a estar aquí.

Como sabréis los que me seguís en Twitter o los que, de otro modo, tenéis contacto habitual conmigo, las vacaciones no me han ido bien. Justo cuando empezaba a disfrutar de mi estancia en Asturias, el viernes 22 de agosto, un mal paso bajando una escalera en la Catedral de Oviedo significó un desastre para mi tobillo con fractura de no sé cuántas cosas, que llevó a mi evacuación y posterior intervención quirúrgica en Barcelona.

Resultado, yendo a lo práctico: me esperan tres o cuatro meses de baja (hay quien dice que puede que alguno más y todo, esperemos que no se cumpla el vaticinio) y hasta nueve meses para que se restablezca al cien por cien mi habilidad para caminar. Va a ser un embarazo de lo más divertido.

O sea que cabe en lo posible que este blog vaya teniendo más entradas de lo habitual, aunque vete a saber cómo me trata el humor y la desconexión con la vida cotidiana. Ya lo iremos viendo.

Pero, en realidad, escribo esta entrada porque tengo que dar muchas gracias a muchísima gente. Espero no olvidarme de nadie y lo haré por orden cronológico, por orden de intervención, como si dijésemos:

En primer lugar, a Loreto Pérez de la Fuente Cortina, coordinadora de la Actividad Cultural de la Catedral de Oviedo, que desde el momento mismo de mis trastazo y hasta saberme ya en casa se preocupó constantemente por mi estado y se ofreció a mi familia para todo lo que estuviera en su mano.

En segundo lugar, a los chicos de la ambulancia que me sacaron de la angosta escalera en la que me di el tortazo, a mí, que peso lo mío y lo de algún otro. Y si uno de los mozos era grandote y fornido, la otra era una chica menuda y fragilita pero que funcionó como una auténtica leona y cuidó durante todo el trayecto al hospital de que mi ánimo estuviera en alto.

En tercer lugar, a la Policía Local de Oviedo. Teniamos el coche en el aparcamiento de la plaza de la Escandalera y la jugada que ideó mi mujer es que mi hija mayor llamara a un taxi para que éste fuera al Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), al que me llevaban, y seguirlo con nuestro coche. Como, para ello, el taxi hubiera tenido que cometer una infracción, mi esposa se dirigió a una pareja de motoristas de la Policía Local a fin de pedirles cuartelillo. Explicada la situación, los agentes dijeron que de eso nada, que la escoltarían ellos mismos hasta el HUCA, como efectivamente hicieron. Se les pidió la identificación a fin de proceder a una felicitación pesonal, pero se negaron diciendo que habían cumplido con su deber y con su trabajo, de modo que, en ellos, doy las gracias a todo el Cuerpo en la seguridad de que fuesen los que fuesen los agentes con que hubiéramos topado, su buen hacer hubiera sido exactamente el mismo.

En cuarto lugar, a la entera plantilla del HUCA. Fui tratado de verdadero lujo, cuidado y solícitamente atendido, pese a que no sabían muy bien qué hacer conmigo, puesto que estaba, simplemente, a la espera de ser trasladado a Barcelona. Pero en todo momento estuvieron pendientes de mí, me ofrecieron constantemente analgésicos (lo cierto es que apenas los he necesitado: dentro de la desgracia, he tenido la inmensa suerte de que no sufro dolores de ningún tipo). Cuando más adelante hable del personal sanitario de este país, siéntanse aludidos y no precisamente en segundo término.

En quinto lugar, al Real Automóvil Club de Catalunya que dispuso mi transporte a Barcelona el mismísimo primer día hábil (lunes, 25), no sin preocuparse antes por que mi familia estuviera perfectamente alojada (que lo estaba, porque siguió residiendo en el hotel rural que habíamos reservado para las vacaciones hasta el día 31, ahora iremos a él) y todo eso pese a algunas dificultades burocráticas en nuestra afiliación no achacable a la administración del Club. Y a los chicos de la ambulancia que molieron los casi mil kilómetros de distancia entre Oviedo y Barcelona sin otra preocupación que mi hija -que me acompañaba- y yo estuviésemos cómodos. Si llegan a leer esto, sepan que lo lograron.

En sexto lugar, a Víctor y Dolores, los propietarios del Hotel Rural Casa Lao en el encantador pueblín de Soto d'Agues (Sobrescobio, Asturias). Un hotel excelente, gracias al cual han ganado en nosotros unos clientes. Pero la solicitud y el trato de Víctor y Dolores hacia mi familia, sobre todo al conocer mi percance, ha hecho que, además -y sobre todo-, hayan ganado unos amigos.

En séptimo y muy especial lugar (sin demérito de nadie, en absoluto) al Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, al personal de guardia de Traumatología de la madrugada del martes, 26, al equipo del doctor Julio de Caso Rodríguez que me intervino quirúrgicamente ese mismo día y a los tres turnos del personal de reanimación, aunque con una mención especial al del turno de noche, que tuvieron show de los buenos y, sin embargo, en ningún momento dejaron de atenderme y de estar pendientes de mis necesidades y de mi comodidad. Como he dicho con la gente del HUCA, después hablaré del personal sanitario en general y todo lo que diga se referirá también al personal de Sant Pau.

Digamos que fuera de clasificación hay más agradecimientos. Tengo que dar las gracias a mi familia de Oviedo, mis tías y mi prima María, que corrieron a visitarme tan pronto les fue posible y ofrecieron incondicionalmente su casa a mi familia, aunque no hubo necesidad de aceptar el gentil ofrecimiento por lo explicado antes del hotel.

Tengo que dar unas muy especiales y efusivas gracias a mi amigo de... bueno, de toda la vida, el doctor Javier González Carrasco, que me acompañó en el hospital en la medida que se lo permitieron sus obligaciones y estuvo conmigo en el quirófano (es anestesista; aunque la anestesia me la administró el titular del equipo, también llamado Javier, por cierto; mi amigo se ocupó personalmente de matarme el ciático para que no me diera la tabarra en el postoperatorio). De Quico (lo hemos llamado siempre Quico para no confundirlo conmigo, Javier también) sólo puedo decir que en todos los momentos difíciles de mi vida, en todos, ha aparecido él como por ensalmo; y no hablo solamente en el aspecto médico: su apoyo moral, en unas determinadas circunstancias que no vienen a cuento, muy difíciles para mí, fue determinante. Tanto es así que, cuando tengo problemas y lo veo aparecer a él, es como si, rodeado por los indios, viera al Séptimo de Caballería tocando a carga (aunque a este particular general Custer le gusta más bien montar un Alfa-Romeo; pero vaya, todo es cuestión de atrezzo).

Gracias también, y muy entrañables, a Juan Carlos Nieto, jefe de Admisiones de Sant Pau, amigo de la infancia, que reconoció a mi hermana, se presentó, se ofreció para todo lo que hiciera falta y me visitó la mañana del miércoles 27, en el box de Reanimación, para ofrecerse de nuevo a lo que fuera, entonces y en cualquier otro momento que en el futuro me pueda ser necesario. Además de una muy agradable charla recordando viejísimos tiempos.

Y, en fin ¿a quién más? Pues a mucha gente: a mis hermanos, pendientes en todo momento de mis vicisitudes. A muchos miembros de mi familia (clan Cuchí) que también hicieron su seguimiento de mi incidente. A mis compañeros de trabajo, mi jefe y amigo incluido, que no han dejado de interesarse por mí desde que tuvieron conocimiento de mi percance (algunos, inmediato: cinco horas pelando la pava en las Urgencias del HUCA dieron para mucho tuit y mucho guasap) y se han ofrecido, entre otras cosas, para solucionarme todos los problemas burocráticos que me puedan surgir. Cosa que no hará falta, porque también tengo que dar las gracias a mis compañeras del Servicio de Personal del Departament d'Empresa i Ocupació de la Generalitat de Catalunya (en el que presto mis servicios), en particular a Anna, Sole y Maria dels Àngels, que me han dejado la gestión de las bajas, informes, cancelación de vacaciones y demás, a verdadero huevo y en bajada. A los amigos de las redes sociales (es decir, de Twitter) que me infundieron ánimos tan pronto tuvieron noticia del accidente.

No tengo queja: en todos los lugares y ámbitos he encontrado a gente estupenda que me ha tratado, hasta donde lo permitían las circunstancias y la razón, a cuerpo de rey.

Y constato, además, que estoy materialmente rodeado de buena gente.

Sobre la sanidad pública

Soy usuario habitual de la sanidad pública, pero básicamente de los servicios de asistencia primaria, como casi todo el mundo; hasta el 22 de agosto, no había sido cliente de su sistema hospitalario (sufrí hace muchos años una intervención quirúrgica, pero en el sistema privado).

Ya estaba contento con la asistencia primaria, pero en lo que se refiere a la hospitalaria, mi grado de satisfacción no puede ser más alto. No puede. No encuentro el menor pero a cómo he sido tratado desde que me recogieron un viernes por la tarde en aquella escalera de la Catedral de Oviedo hasta que me dejaron, materialmente, en el recibidor de casa al mediodía del miércoles siguiente.

Pero en mi estancia en dos hospitales de los buenos, uno en Oviedo y el otro en Barcelona, he visto muchas cosas.

He visto un personal puteado, trabajando con la lengua fuera, con instalaciones saturadas de pacientes, teniendo en muchas ocasiones que improvisar los medios (hacer inventos), trabajando como burros porque no se suplen bajas ni vacaciones -y, aún con el personal al completo, éste es muchísimo más reducido que hace no muchos años-, buscando como locos una hora de quirófano para operar, una cama en la que ingresar (en el HUCA, estuve en la planta de Ginecología; con la habitación para mí solo, no seáis malos) y en Sant Pau, se decidió atinadamente que, como me iban a dar el alta al día siguiente, podía pasar la noche en el box de reanimación: de todos modos, no había camas disponibles). Todo ello porque medio hospital -cualquiera de los dos- estaba cerrado. No quisiera exagerar, pero los gritos y susurros que sonaron aquella noche en la Sala de Reanimación de Sant Pau eran como para «Apocalypse Now»; y, sin embargo, en ningún momento, ni en el HUCA ni en Sant Pau me sentí desatendido, al contrario, tuve la perfecta sensación de que se estaba pendiente de mí en todo momento; y eso que yo mismo hubiera justificado una razonable desatención toda vez que, dentro de la situación, me encontraba perfectamente, sin dolor alguno e incluso cómodo. Pues no. No se olvidaron de mí en ningún momento.

Como sabéis, soy funcionario. Funcionario orgulloso: desde que tomé posesión de mi primera plaza, siempre tuve delante, como un icono, la imagen abstracta del ciudadano, en la perfecta consciencia que mis jefes no son esos biliosos a quienes nos colocan ahí los partidos, sino los ciudadanos que son quienes me pagan. Una vez me peleé con un consultor cuando la unidad en la que prestaba servicio solicitó la ISO 9000 (cosa que siempre me ha parecido una perfecta gilipollez en la Administración pública, pero en fin). Se empeñó en ponerme al ciudadano como cliente. «No señor -le dije- el ciudadano no es mi cliente: es el amo de la empresa». El otro, hizo una caída de ojos -cuánta ignorancia, Señor- y dijo que era el cliente porque era el destinatario de mis servicios. Le pregunté si tenia asistenta. Me respondió que no, pero que años atrás sí que la había tenido: «¿Y le dijo alguna vez a la asistenta que usted era su cliente o era más bien el amo?». Me dejó por imposible.

Pues bien, nunca he estado tan orgulloso de ello como estos días, nunca me he sentido tan alto en tanto que empleado público como cuando he visto trabajar a todas estas personas -hasta extremos verdaderamente abnegados- y darme cuenta de que, con independencia de que su vinculación fuera funcionarial, estatutaria o laboral, todos eran compañeros, todos eran empleados públicos. Como yo. Cuánto, cuánto y cuánto honor, de verdad que no hablo a humo de pajas. Qué grande me siento en ese como yo.

Las putadas que se está haciendo a estos profesionales -entre las cuales no es la menor un sueldo de miseria que no da para afrontar una hipoteca en solitario mientras tanto cerdo arramba con dinero a espuertas y me da igual que sea legal o ilegal, cerdo lo mismo- claman venganza ciudadana. Ya no sólo porque los ciudadanos somos también, en definitiva, víctimas de esa situación: es por la situación intrínseca.

Llevar a los responsables de las políticas sanitarias de este país, a todos ellos de narices ante el juez y de un puntapié a presidio por un montón de años (y no hablo de patíbulos por principios, no por falta de merecimientos) es la más alta prioridad de salud pública que tenemos los ciudadanos.

Ojalá algún día tengamos redaños y seamos implacables en el castigo.