Llevo ya tiempo constatando que todo el tinglado legal montado alrededor de la protección de datos, del derecho a la intimidad y todo el resto de la tabarra, sólo ha servido para dificultarle la vida aún más al ciudadano, para burocratizar estúpida e innecesariamente aspectos que, ya de por sí, estaban excesivamente burocratizados. Por supuesto, sin la contrapartida de una verdadera protección de nuestros datos ni de la firme custodia de nuestro derecho a la intimidad. Desde la simple -pero engorrosa- molestia del dichoso aviso de las cookies cada vez que entras en una página más o menos comercial de la red, hasta agresiones flagrantes e impunes -cuando no con bendición gubernamental- como, a modo de simples ejemplos, el hecho de que en Cataluña se estén vendiendo desde la sanidad pública a corporaciones privadas datos sanitarios de los ciudadanos o que grandes superficies intercepten, sin que nadie les diga nada, lo que se hace con y desde nuestros móviles y nuestras propias conexiones en su área de influencia.
Concreta y habitualmente sufro este problema en mi trabajo y suerte que los compañeros de los servicios de personal intentan que el problema no lo sea o no lo sea tanto. Un ejemplo concreto y relativamente habitual: tanto mi abuelo paterno como mi padre fallecieron -cada cual en su día, obviamente- a consecuencia de un cáncer de colon. A causa de esto -el cáncer de colon tiene o puede tener un importante componente hereditario- cada par de años me realizan una colonoscopia. La colonoscopia, entre la prueba propiamente dicha y la reanimación, dura una hora u hora y media, aunque, como has sido objeto de una sedación, sales -según el día- o cascado o colocado o ambas cosas y así estás durante algunas horas. No son muchas, pero basta que sean dos o tres para que lo que quede de ese día esté liquidado en términos laborales, a no ser que te la hagan muy a primera hora, en cuyo caso quizá puedas aprovechar la tarde. Pero es que, además, antes de la colonoscopia (generalmente la mañana antes o la tarde antes) hay que... en fin, prepararse, ya me entendéis, lo cual sí que imposibilita de todo punto acudir al trabajo. En definitiva, sumada una cosa con otra, es un día entero de ausencia laboral (lo que muchos empresarios, impropia y canallescamente llaman absentismo), ausencia laboral que, obviamente, hay que justificar. Y a eso quería yo llegar.
Se pide en el servicio correspondiente el justificante. Y el justificante solamente dice que el señor Cuchí ha acudido tal día y a tal hora para hacerse una prueba.
- Oiga ¿no podrían especificar que ha sido este tipo de prueba?
- No señor, no podemos: normas de privacidad
- Bueno, ya, pero comprenda que este justificante, en su estricta literalidad, puede referirse lo mismo a una colonoscopia que a una radiografía o una extracción de sangre para un análisis. Y no son lo mismo, en términos de ausencia laboral.
- Pues lo siento, pero las normas son así y no puedo hacer nada más.
Afortunadamente, como he dicho, en el Servicio de Personal del Departamento en el que presto servicios nunca me han puesto pegas. Incluso en cierta ocasión que escribí de mi puño y letra en el justificante que la tal prueba había sido una colonoscopia, me lo devolvieron diciendo que los motivos no interesan por cuestiones de privacidad (digo yo que soy el único amo de mi privacidad ¿no? Pues se ve que no). Pero imaginad -y no cuesta nada imaginar- a cualquiera de los empresarios negreros que tanto abundan o de un responsable de recursos humanos mala bestia de una empresa -pájaro también abundante- o, simplemente, que cualquier día llegue a mi departamento un secretario general también en plan intransigente... ¿qué se hace, entonces?
Llega constantemente a mi casa publicidad no deseada en formato de papel, a mi nombre o al de alguien de mi familia; no digo nada ya del correo electrónico; me llaman por teléfono catorce mil individuos con mil acentos diferentes que parecen conocer al dedillo mi vida y milagros en materia de telecomunicación. Y ojo: soy de los que toman precauciones, dentro de lo razonable (ir de paranoico por la vida termina convirtiéndote en paranoico de veras). Constantemente leemos en los periódicos y en la Red que X centenares de miles de contraseñas han sido robadas a tal servicio, que circulan decenas de fotos de desnudos de señoras que no querían que circularan sus fotos desnudas. Parece que cualquier imbécil que disponga de tiempo puede clonar a cualquier usuario de una red social que le apetezca. Los padres están preocupadísimos (bueno, los que se preocupan, que no sé yo si llegarán a ser la mayoría) por las trapazadas que pueden jugarles a sus hijos en la red. Excuso decir los incidentes que constantemente sufrimos los fotógrafos aficionados. Y podría seguir llenando decenas de líneas con ejemplos.
Y nada, absolutamente nada de esto se ve evitado ni paliado por una farragosa legislación de [teórica] protección de datos y de protección de la privacidad y la intimidad que el ciudadano honrado y común sólo ve realmente cuando se la echan encima para complicarle la vida.
En definitiva, otra tomadura de pelo al sufrido españolito, al que se zancadillea una y otra vez, sin que sus datos, su privacidad y su intimidad tengan, en la palpable realidad, la menor protección.
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Javier Cuchí
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