Cuando uno entra en un conflicto, sea cual sea su intensidad (desde una guerra hasta una discusión vecinal), y en proporción a la misma, debe tener en cuenta, entre otros, un par de factores esenciales: uno, que es de cajón, medir bien la potencia del adversario o enemigo; otro, una vez iniciado el conflicto o en sus prolegómenos, no creerse jamás la propaganda, ni la del enemigo, ni menos aún la propia.
El independentismo catalán la ha pifiado en ambas.
El independentismo catalán ha vendido a sus acólitos que España es una nación de opereta (eso cuando no le ha negado redonda y directamente su cualidad de nación), cutre, folklórica, ridícula, miserable, arrastrada, maligna y demás. Bueno, eso puede formar parte de la propaganda de guerra. Hasta aquí -sólo hasta aquí- digamos que está bien.
Lo malo es que el independentismo catalán se lo ha creído. Y como se lo ha creído, se ha lanzado de cuernos contra el adversario. Y ya se está estrellando. Y aún no se la ha acabado de pegar del todo.
A España pueden caricaturizarla como quieran. Y es cierto que España tiene algunas particularidades ridiculizables, como las tiene cualquier país (Cataluña incluida, por cierto). Pero España es un país de la Unión Europea y es un país de los importantes; es su cuarta o quinta economía, el cuarto o quinto más poblado, el segundo o tercero más extenso. Dos de sus bancos, por ejemplo, están en lo más alto del listado europeo y en zonas asaz altas también en el mundial. Hay multinacionales españolas muy potentes, capaces de codearse tranquilamente con las más caracterizadas del mundo. Tiene una zona de influencia cultural y comercial (Hispanoamérica) vasta e importante. Su idioma común, el castellano, es la segunda lengua más hablada en el mundo, después del chino. Su ejército es pequeñito, aunque su Armada es también la tercera o cuarta más potente de la UE y su Fuerza Aérea por ahí se anda. Y he sido conservador en las comparaciones: seguramente me quedaré más corto que la realidad. Aunque España ha sufrido un severo declive en este ámbito, continúa siendo una de las potencias industriales del mundo, de las primeras en el grupo de los medianos. Sus índices de desarrollo la situan plenamente -pero plenamente, sin matiz alguno- en el primer mundo; y ahí seguirá porque la crisis actual, por más que realmente profunda y muy bestia, no durará ya mucho (otra cosa es lo que tardemos en levantar cabeza los ciudadanitos) y las cifras que han retrocedido volverán a estar en su lugar antes de transcurridos los próximos cinco o diez años.
Si le faltara Cataluña, Ex-paña sufriría un duro golpe: perdería el 18% de su población y el 20 o 22% de su economía; aún así el 80% restante, aunque algunos peldaños más abajo, seguiría siendo suficiente para constituir una potencia estimable.
Economía aparte, España tiene problemas estructurales importantes que hay que arreglar: una sociedad civil poco y mal articulada y un sistema político obsoleto y decadente que, al presente, se halla indudablemente en fase de descomposición, de hundimiento. Pero el país tiene energías sobradas para recomponer lo segundo y para entrar por el buen camino en lo primero y resolverlo a medio plazo.
Los independentistas, sin embargo, se han quedado con la charanga y pandereta, han tomado lo coyuntural por estructural o crónico (la crisis económica y, sobre todo, la política), han olvidado lo demás, y así les luce el pelo.
España tiene un servicio de inteligencia (el CNI) del que, con alguna frecuencia, sobre todo cuando trasciende alguna metedura de pata, nos reimos y lo asimilamos a la TIA, a Mortadelo y Filemón y a cualquier otra caricatura del imaginario ad hoc. Es cierto que no está -o no creo que esté- a la perfecta altura del SIS británico o del SDECE francés, pero tampoco se halla, ni mucho menos, a años luz de ambos: es una organización sólida, profesional, sus miembros (militares, en importante proporción) conocen su oficio y tienen muy claro a quién sirven (al Estado, por si las dudas).
Uno se pregunta cómo los estrategas del independentismo (si es que el independentismo tiene tal cosa) se han dejado deslumbrar por las tonterías de su propia propaganda y no han tenido en cuenta factores como los antedichos. Porque lo cierto es que, tan pronto se han enfrentado al Estado español, han empezado a recibir tortas como si no tuvieran bastantes carrillos. Y encima se quejan.
Cuando estalló el escándalo Pujol (Oriol), ya hubo quien torció la nariz y empezó a olerse la intervención de los servicios gubernamentales españoles como represalia (o como contraataque) al desafío independentista. Esta sospecha -acaso no infundada- se convirtió para muchos en constatación cuando estalló el pasado julio es escándalo Pujol (Jordi, padre) y se convierte en algo de cajón al estallar hace poco el escándalo Pujol (Oleguer). Y muchos se barruntan que el que puede ser el próximo escándalo catalán (Trias) tenga el mismo origen y la misma causa. Y desde hace tiempo hay rumores sobre Mas y una confesa cuenta en Suiza de presunta titularidad paterna. Ya gestionará Mas sus propias tranquilidades e intranquilidades, pero yo no las tendría todas.
¿Y qué esperaban? ¿Esperaban que un Estado puesto ante un conflicto no fuera a reaccionar? Sí, Rajoy es un mindundi lamentable, pero Rajoy no es el Estado: Rajoy es una parte del mismo. Y el Estado tiene recursos e iniciativa propia más que sobrados para reaccionar -y reaccionar muy duramente- aunque el presidente del Gobierno sea un pobre pisacharcos.
No voy a aplaudir -en términos éticos- que un estado se reserve una información de interés público y que encierra la posible comisión de graves delitos financieros para utilizarla como chantaje o como forma de amordazar al enemigo, pero las cosas, en la política, en la guerra, en el mundo de la inteligencia, funcionan así y quien lo ignore y crea que la ética puede ser una barrera para un estado puesto en cuestión es, simplemente, imbécil. Y averigua qué más tendrán guardado todavía.
Ahora -ayer- el Gobierno ha anunciado que impugnará el botifarrèndum del famoso 9-N. Yo creo que comete un error porque eso es darle importancia a lo que no es sino una charlotada que mueve más al cachondeo que a otra cosa, aparte de que su valor político -ya pueden vestir a la mona como quieran- hubiera sido igual a cero. Pero, bien, así están las cosas.
ERC, Junqueras y sus llantos radiofónicos claman por lo que se ha dado en adornar con el acrónimo de DUE, es decir, la declaración unilateral de independencia. Y yo me pregunto... ¿cómo la escenifican, esa DUE? ¿Irán los Mossos d'Esquadra a tomar el aeropuerto, por ejemplo? ¿Y qué ocurrirá -porque ocurrirá, si llega el caso- cuando la Guardia Civil los barra de allí con mejores o peores modos? ¿Echarán a los catalanes a la calle a luchar contra las fuerzas del Estado opresor? ¿A cuántos catalanes?
Me parece que no han diagnosticado muy bien el panorama. Una cosa es conseguir que unos centenares de miles de ciudadanos se echen a la calle a celebrar un happening de tanto alivio para su cabreo y otra muy distinta es una revuelta callejera en serio. Me parece que esto es mucho esperar de una ciudadanía incapaz, en su aburguesada molicie, de sacrificar siquiera una mínima parte de su comodidad en un boicot con el que defenderse de los abusos cotidianos con que le putean (el Gobierno español... y también -y no poco- el catalán). Las «Vs» y las «cadenas» me recuerdan mucho a aquellos números que montaba Juan Pablo II, que llenaba estadios y praderas con decenas ¡centenares! de miles de jóvenes, con mucha guitarra y mucho kumbayà, pero después era incapaz de meterlos en una iglesia.
En otras tristes palabras (me revienta mucho aludir a aquella época, pero la Historia es implacable): si llegaran a su DUE, demostrarían no haber aprendido nada de 1934. Y terminarían, seguramente, de parecida forma.
Este fin de semana, leía que, con ocasión del partido de fútbol entre el Barcelona y el Madrid, Florentino Pérez et alter habían convocado una cena de empresarios -de empresarios potentes- de toda laya regional -catalana incluida, y no precisamente en último lugar- para, escondidos tras el pretexto del partido, reunirse y analizar el desafío independentista y estudiar el mapa político electoral catalán previsible tras las elecciones, primeramente, municipales. Bueno, dicho sin tanto rocambole y en plata, cómo podrían evitar la toma del poder real en Cataluña por parte de ERC, perspectiva que les tiene aterrorizados. Yo, de ERC, me preocuparía, y mucho, si tuviera a ese gremio enfrente, pero allá ellos. Pero pueden seguir en su ensoñación de sus mundos de Yupi.
O, a lo mejor, lo que pretenden es otro 1714 -incluida la falsificación de lo que realmente ocurrió en 1714- para tirar trescientos años más con la llorera y el espanyaensroba.
Pues que les aproveche.
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Javier Cuchí
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