Es la hora de los números. Me refiero, casi huelga decirlo, a la manifestación hispanista de ayer en la plaza de Catalunya, en Barcelona.
Yo no pude acudir -bien que lo sentí- por causa de mi lesión. Todavía estoy lejos de hallarme en condiciones de estar de pie mucho rato y menos aún de caminar más allá de unas pocas decenas de metros de una sentada, así que una manifestación, por más tranquila y festiva que fuera -como, efectivamente, fue la que nos ocupa-, es algo hoy todavía impensable para mí. Pero sí fueron mis hijas, y sí fueron varios amigos míos, entre ellos gente centrada, de la que no se deja llevar por la euforia ni por la manipulación numérica. Las impresiones de estos amigos y de mis hijas son unánimes: más o menos -millar arriba, millar abajo- la misma cantidad de gente que el año pasado. Unos y otras, repito, son de mi absoluta confianza en el ámbito del que hablamos.
Sorprendentemente, la Guàrdia Urbana, que el año pasado cifró la concurrencia en 30.000 personas, este año la elevó en una proporción importante: 38.000 (casi un 25% más), lo que significa que, en esta ocasión, o bien ha exagerado (si utilizó los mismos criterios de cuantificación del año pasado) o bien los ajustaría un poco, dado que el año pasado se quedó excesivamente corta, y los ha acercado más a la realidad. No lo sé.
En cuanto a los media, me quedo con dos titulares: el de «El Periódico», «El 12-O se estanca» y ¡atención! el de «Vilaweb», «Societat Civil Catalana, PP i C's fracassen en l'intent de mobilitzar l'unionisme». Vilaweb, sectario, como siempre, cuando trata del hispanismo, ha tenido con este titular un patinazo porque, sin quererlo -sin quererlo, en absoluto-, ha dicho una gran verdad implícita: ayer, en la plaza de Catalunya no estaba ni mucho menos todo el hispanismo (evidentemente, lo que pretendía Vilaweb era decir que el hispanismo -unionismo, lo llaman ellos- no da para más, pero esta vez la han pifiado solitos).
Efectivamente: el 12-O se estanca y SCC, PP y C's fracasan en el intento de movilizar al hispanismo. Y, efectivamente (y esta es la cuestión), todo el hispanismo de izquierdas, temeroso y desorientado y yo me atrevería a decir que mayoritario (pura percepción sin prueba de constatación alguna más allá de las cifras electorales desde hace treinta años), se quedó en casa.
¿Por qué se quedó en casa? Lo he dicho: por una parte, temeroso. Temeroso de encontrarse con una fiesta de la derecha y de sus sectores acaso más cavernícolas. Y es un temor fundado. Yo mismo, siempre que voy a estas movidas, me encuentro identificado con la gente que acude en el hispanismo propiamente dicho, pero, generalmente, en nada más. Con algunas excepciones, que afortunadamente las hay y no cuesta mucho encontrarlas, la mayoría de la gente proviene de sectores -ideológicos o sociológicos- del clericalismo más cerril, del españolarrismo más ciego o de ámbitos de la derecha más europeizados, más liberales, pero derecha a fin de cuentas. En el fondo, es curioso constatarlo, la perfecta simetría de los otros, de los independentistas que, por su parte, pero en el otro extremo, cojean de lo mismo.
Por otra parte, el hispanismo de izquierdas sufre de una tremenda desorientación. Una, inmediata, la muy confusa y bamboleante posición del PSC que, por más que de cuando en cuando salga por la petenera federalista, nadie -yo creo que ya ni los suyos propios- sabe a qué está jugando; o, bueno, la izquierda de la señorita Pepis, ya sabéis de quién hablo, tan bamboleante o más que los socialistas, pero en plan la puntita nada más, aunque con lo de esos ya cabe contar, no sorprende tanto como en el caso del PSC. Y otra, mediata, más de fondo, que es, efectivamente, histórica. Y esta es grave, muy grave.
Hay una característica muy particular en los conflictos civiles españoles: negar la españolidad al del bando contrario. Evidentemente, este sentimiento se exacerbó brutalmente en la última guerra incivil, por lo de siempre (la justificación de que no es una guerra entre hermanos sino contra diablos, contra herejes, o contra lo que sea, que no son ni pueden ser españoles) pero, además, por la particular circunstancia histórica de que un importante sector del bando perdedor se dedicó a hacer el imbécil gritando «¡Viva Rusia!» y llenándose de iconografía soviética (Lenin y Stalin; curiosamente, Marx salía más bien poco o, en todo caso, mucho menos), aparte de toda la coreografía de Internacionales diversas (cada facción tenía la suya), con lo cual cedieron alegremente la hispanidad al bando opuesto. Que, loco de euforia, se la apropió no menos alegremente.
El franquismo llevó al último extremo esta negación de la hispanidad del enemigo y la rotunda e inapelable afirmación de la propia, y lo del último extremo llega a lo cronológico, es decir, hasta el último momento. Recordemos el testamento político de Franco: «Creo y deseo no haber tenido otros [enemigos] que aquellos que lo fueron de España». O sea, sus enemigos eran enemigos de España ¿de qué otro modo podría ser sino?
La izquierda pudo aprovechar la transición para reivindicar como suya -no como exclusivamente suya, sino compartida con todo el pueblo español- esa hispanidad. Pero no. En lugar de eso, se alejó más todavía de ella, también consideró, a su vez, que la hispanidad, el hispanismo, eran cosas del franquismo. Nunca se vio una bandera española en un acto del PSOE o del PCE; mientras que, al contrario, se prodigaban -en una apropiación indecente y, desde luego, formalmente exagerada- en todos los actos y manifestaciones de la derecha. La idea, pues, quedó implantada en ambos bandos: para unos, el hispanismo, los símbolos nacionales, son fachas; para otros, sólo se puede ser español si se es de derechas: ¿cómo va a ser español un ateo, un comunista, un socialista, un republicano? ¡Jamás!
Ahora ha venido el independentismo y ha puesto en jaque a la entera hispanidad de todos: de derechas, de izquierdas, de centro y de p'adentro. El independentismo no discrimina: en el fondo, tan repugnante le resulta la España de derechas como la España de izquierdas. Y la España de izquierdas se encuentra patidifusa y sin saber qué hacer. Por un lado, se rebela contra el independentismo (como es lógico); por otra, le han enseñado que la bandera española, el concepto de Hispanidad, el hispanismo como actitud, son cosa de fachas. Se convoca un acto -importante, en fecha importante y en circunstancias históricas importantes- de reivindicación de lo hispano, de reclamación de la unidad contra el independentismo, ve que lo convocan varias entidades y lo apoyan los partidos de la derecha, mira a sus propios partidos y... no obtiene respuesta (el PSC, habiendo sido invitado, rehusó formal y expeditivamente participar en él). Rechazando a la derecha y rechazado por la derecha, el español de izquierdas se queda en casa, como he dicho, temeroso y desorientado.
Por eso tiene razón «Vilaweb» en su literalidad: SCC, PP y C's fracasaron ayer en el intento de movilizar al hispanismo. Y por eso tiene razón el titural de «El Periódico»: el 12-O se estanca. El hispanismo de derechas y el muy minoritario hispanismo de los que, por encima de la repulsión hacia o no comunión con la derecha, pensamos que España es lo primero, no damos ya para más. Ahí estamos todos, hemos alcanzado la cima numérica y nunca pasaremos de llenar la plaza de Catalunya. Si se le quiere dar un golpe numérico al independentismo, hay que movilizar a esa izquierda hispana, que existe y que es numerosísima; sabemos que lo es y sabemos dónde está, no le hacen falta autocares que recorran centenares de kilómetros: puede venir en metro.
Pero es un trabajo arduo que requiere la renuncia y la generosidad de amplias capas que, por negligencia o por ignorancia, no son capaces de llevarlo adelante. Y, suponiendo que se pusieran a ello, tardarían años en conseguirlo.
Si algún día el independentismo llegara a lograr sus fines -no será ahora, desde luego, pero nunca se sabe y el futuro es muy largo- mediten tanto las derechas como las izquierdas su parte de culpa, que es la misma. Y que, como queda dicho, es gravísima.
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Javier Cuchí
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