Me llama mucho la atención un
artículo de Anna Grau en «Crónica Global», ya en cuyo título se pregunta, muy acertadamente, de qué van a hablar Mas y Rajoy, porque ella, como yo, no ve qué tienen de negociables ambas posturas: Mas quiere (y no le queda más remedio que) negociar una consulta sobre la que Rajoy ni puede ni quiere ni debe negociar. Entonces ¿qué hacemos?
Lo único que se me ocurre en plan práctico -escenificaciones de intolerancias aparte- es que busquen juntos una solución para que Mas pueda retirar su órdago con alguna dignidad, pero si se supone que ello debe comportar la salvación política de Mas, lo veo dificilísimo. A Mas lo veo condenado a muerte [política] desde que esto empezó: emprendió una huida hacia adelante y las huidas hacia adelante siempre acaban en tortazo. Consciente de eso, dudo de que Mas busque retirar nada, puestos a morir... ya se dice que, de perdidos, al río. Rajoy, por su parte, no puede moverse ni un milímetro de su postura de no tolerar la consulta, referéndum o Pepito, llámalo como quieras. No puede porque se lo impide la Constitución, se lo impide el partido y se lo impiden los cada vez más escasos votos que aún aspire a conservar: si da pie a la menor grieta en Cataluña, también estará muerto políticamente y él sí que puede aspirar aún a una cierta supervivencia. Por tanto, los dos vienen con posiciones previas e inmutables: ¿de qué pueden entonces hablar? Lo que va a ocurrir, pues, está cantado: se va a escenifiar un fracaso, con ambas partes atribuyendo la culpa a la intransigencia de su contraparte;
«yo he venido a negociar -dirán los dos en su única coincidencia-
y he cumplido. Es el otro el que se encastilla en sus posiciones de forma radical e intransigente».
Por tanto, parece claro lo que va a suceder
hasta el 9 de noviembre: tira y afloja diversos de cara a la galería hasta la prohibición final -ejecutiva o judicial por vía del Constitucional- de la consulta, acontecimiento que los separatistas tienen descontado ya y quizá provisionado en su contabilidad política. Lo que pasará después sólo lo saben ellos (supongo: se habla de
planes B como de culos, todos parecen tener uno, pero nadie suelta prenda sobre su contenido, más allá de las famosas
elecciones plebiscitarias) pero es de prever que la tensión se mantenga o se incremente. A ver por dónde salen porque tengo para mí que muy amplios sectores de CiU no están por la labor de semejantes elecciones y, en el mientras tanto, Mas podría intentar llevar la legislatura hasta su final, cosa que sólo podrá hacer con permiso de ERC. Un lío para tirarse de los pelos, porque se supone que ERC estaría por elecciones anticipadas y plebiscitarias (vive su momento más dulce, en cuanto a pronósticos electorales; tanto que esperar su incremento futuro es una apuesta de riesgo si, como parecería, ha podido alcanzar ya su techo).
Y a medio y largo plazo, nadie sabe cómo evolucionará esto. Muchos piensan -yo también- que si realmente se va remontando la crisis y ese remonte se percibe en la calle, el sector
iracundo del separatismo (el independentismo sobrevenido por ira hacia el Estado, no por convencimiento intrínseco) irá enfriándose, tanto más en cuanto que dicho sector carece de fondo para sostener la reivindicación muy allá en el tiempo (ocasionalmente, da la impresión de que el
soufflé va bajando). Por más que la ANC intente mantener la tensión con movidas diversas, ese sector sobrevenido lo que quiere son resultados en su situación económica, personal y familiar; si no vienen o se obtienen por otro lado, abandonarán la causa. Ya decía Horacio aquello de
ira furor brevis est.
Pero si las aguas llegan a volver a su cauce -cosa que está por ver, pero supongámoslo como hipótesis de trabajo- este órdago, este desafío, se habrá producido de todas maneras, habrá sido un hecho, El Gobierno de Cataluña y su Parlamento habrán estado al borde de la sedición (partiendo de la base actual de que se quede
al borde). Y eso nos debe llevar a algunas reflexiones:
1. Siempre he propugnado la generosidad en la victoria, como norma vital general (aunque, en el caso que nos ocupa, difícilmente podrá hablarse de
victoria). Siempre he dicho que Cataluña debe ser tratada, en su incardinación en España, de un modo especial (que no sea así es una de las explicaciones de que hayan pasado cosas como las que han pasado... y pendientes aún de las que están por pasar). Y lo sigo propugnando y diciendo.
Pero también es verdad que una extorsión como la que se ha intentado no puede resultar premiada ni siquiera en mera y simple apariencia. Es una mosca difícil de atar por el rabo, pero la veo así: por un lado, hay que mejorar la situación de Cataluña en el contexto español; por otro lado, no puede permitirse que lo que ha pasado reporte beneficios a sus autores y partidarios.
2. Hemos constatado que el nacionalismo es insaciable. Nunca tiene bastante y cuanto más se le da más quiere. Pareció que con Jordi Pujol se hizo un pacto de alcance, a base de librarlo a él de su implicación en el
caso Banca Catalana (vaya,
implicación no:
él era el
caso Banca Catalana) con la condición de que mantuviera al nacionalismo dentro de límites aceptables y en el ámbito constitucional. Pero ha bastado que desaparezca Pujol del poder político (que no del social y económico) para que el pacto se rompa (había que ser iluso para pensar otra cosa) aprovechando la desesperación (y la desesperanza) que ha traído la crisis para amplias capas de la población catalana.
3. Los hispanistas nos hemos dejado colar goles importantísimos, nos hemos dejado arrollar estúpidamente por la
Brunete mediática del nacionalismo, pero no ahora, sino desde hace más de treinta años. Que siendo el castellano el idioma mayoritario en Cataluña haya desaparecido de las escuelas más allá de constituir una asignatura de idiomas como pueden serlo el inglés, el francés o el alemán, es algo muy indicativo de lo que ha pasado y de lo que está pasando aquí. No pretendo que se invierta la
inmersión lingüística y se cambie por la del castellano, en absoluto, ni pretendo dos circuitos diferenciados idiomáticamente en la educación, ni pretendo que se deje de otorgar una especial protección al catalán (toda vez que, siendo una lengua minoritaria frente a los grandes idiomas de comunicación, corre un riesgo cierto), pero está claro que el catalán y el castellano deben tener igual presencia en la cotidianidad educativa (que, es, por cierto, lo que se hace en todos los países bi o plurilingües). Por hablar sólo de ese ámbito en el que, por cierto, no se otorgó a nadie
dret a decidir, ni consultas ni nada. La falsificación histórica flagrante -de la que en el contexto del
prusés se ha llegado a extremos de delirio-, la pretensión de que España es un mero artificio político sin valor nacional, el expolio fiscal al que presuntamente se nos somete, son falsificaciones ante las que hemos claudicado cobarde y gratuitamente. Todos tenemos nuestra parte de culpa y si no la asumimos y no rectificamos, lo que ha sucedido en estos dos años -más lo que pueda suceder hasta que esta situación se reconduzca, si se reconduce- se repetirá fatalmente más temprano que tarde.
Por tanto, cuando haya pasado -esperemos que pase- esta ola, nada de volver a casa aliviados. Debemos ser conscientes de que, si salimos de esta, la próxima será peor. Y así sucesivamente hasta que acontezca lo irremediable, lo irreversible. Por tanto, debemos mantener tensa y activa la actitud crítica; las diversas plataformas que han nacido en defensa de una Cataluña hispana no deben deshacerse sino, muy al contrario, deben potenciarse y deben mantener altos niveles de actividad con la ayuda de todos y siguiendo sus tónicas actuales: fuerte argumentario cultural, reivindicación hispana incesante, ambilingüismo, respuesta intelectual a toda agresión independentista y mantenerse
siempre dentro no sólo de la legalidad sino de un entorno de análisis y de estudio, dentro del activismo puramente mediático utilizando la calle como espacio reivindicativo en
tono festivo. Dando ejemplo siempre de civilidad y de civismo, desdeñando el insulto, la sobaquina y la testosterona.
Argumentando. Es el arma más potente.